Hubo un tiempo en que, como cuenta el escritor satírico Julio Camba, Madrid era la ciudad más fría de Europa. Y es que, mientras los habitantes de Londres, París y Berlín disfrutaban de sus calefacciones, muchos madrileños no disponían de dinero para comprar el carbón que alimentaba sus estufas. Hoy las cosas han cambiado y, aunque un 7% de los españoles todavía no tiene calefacción, la mayoría podemos estar calientes en casa aunque el termómetro registre temperaturas bajo cero en el exterior. No hay duda de que con la introducción de la calefacción en nuestros hogares hemos ganado en calidad de vida. Pero esta ganancia tiene un precio, y no sólo económico: la repercusión en el medio ambiente (efecto invernadero, lluvia ácida y contaminación atmosférica) de las emisiones de dióxido de carbono, dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno.
Afortunadamente, las estufas de carbón que tanto envidiaban nuestros mayores, aunque todavía suponen el 7 % de las calefacciones, están en retroceso: ya no se instalan y las que existen van sustituyéndose poco a poco. Porque, además de ser las de menos potencia calorífica, el carbón es un combustible fósil contaminante porque contiene grandes cantidades de carbono y azufre, lo que acaba convirtiéndose en CO2 -causante del efecto invernadero- y SO2, un gas muy contaminante que provoca la lluvia ácida.
La calefacciones eléctricas, que representan el 11% del total, resultan muy caras.
El gasóleo es cada vez menos contaminante: sus contenidos de azufre se han reducido hasta límites muy bajos; un ejemplo es el gasóleo repsol-energy que sólo contiene un 0,15%, menos incluso del 0,2% legalmente permitido. Además, el gasóleo tiene hoy en día un poder calorífico mayor (6%) y funciona mejor a temperaturas bajas (11 grados bajo cero). Este sistema de calefacción es más recomendable para chalets o viviendas grandes, porque necesitan instalarse, además de la caldera y los radiadores, un depósito de gasóleo y una chimenea.
Por otro lado están las instalaciones para butano y propano, gases licuados procedentes del petróleo (GLP), cuya contribución a la contaminación atmosférica es también pequeña. El butano se suministra en diferentes bombonas, entre ellas, la tradicional de 13 kg de capacidad, que incluso han dado nombre a un color. El butano constituye la única entrada de energía, aparte de la electricidad, en infinidad de hogares. El propano está menos extendido, a pesar de que ofrece mejores prestaciones que el butano para usos domésticos cuando se requiere mayor consumo (cocina, agua caliente sanitaria, calefacción); además, soporta bien las bajas temperaturas si las bombonas tienen que estar a la intemperie. Hoy en día estos tres sistemas, cuya energía calorífica procede de productos petrolíferos, representan más del 30% del total de los consumos para calefacción (algo más del 20% el gasóleo y los GLP un 11%).
Dentro de las energías tradicionales, otra opción es el gas natural, que emite diez veces menos óxidos de nitrógeno y la mitad de CO2 que un sistema eléctrico, y apenas produce SO2. Pero aunque va a más, el gas natural sólo alimenta actualmente el 6% de las calefacciones.
En cuanto a las otras fuentes, puede elegirse entre las estufas de combustión de biomasa, que funcionan con pellets procedentes de la limpieza de los bosques y residuos de la industria maderera, y la instalación de un sistema alimentado con energía solar fotovoltaica, aunque el porcentaje suministrado para calefacción por las energías renovables sigue siendo muy bajo.
Independientemente del combustible elegido, el IDAE recomienda los sistemas de calefacción colectiva pero pago individualizado. Permiten reducir el consumo respecto a las calderas unifamiliares y la compra del combustible suele ser más barata. Además, se propicia el ahorro ya que cada usuario paga únicamente por su consumo, con lo que se resuelve el principal inconveniente de los antiguos sistemas de calefacción colectiva.
CONSEJOS IDAE PARA EL AHORRO
Autora: Paula Arroyo.
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